
Pero Botaro está a años luz del pasatiempo y habita la zona especial de la emoción, el lugar extraordinario del creador.
Hoy presenta en la Casa del Libro, en Sevilla, su Taller Fotografías de Viajes. Y el acto es una especie de cuenta más que sumar a un rosario de éxitos que le avalan desde hace ya mucho tiempo, precedido en estos momentos por su nombramiento –certificado lo llaman- Ciudadano de Honor de Chefchaouen, Marruecos.
Fue allí donde el pintor Mohamed Hakoum provocó el nacimiento al arte de Jesús Botaro. Hoy es un inclasificable fascinante que ha hecho cruzarse los caminos del reporterismo y la creatividad, los del puro testimonio y la belleza. Botaro es el exponente más definitivo de un largo rastro azul de Marraquech, de colores de agua en la atmósfera más intensa de lo cálido, como si llevara siempre la intención de un oasis en medio de lo tórrido. Es el fotógrafo de la serenidad y la calma.
Habla de Mohamed Ben Maimoun como de su hermano en Marruecos, que es una manera rotunda y sanguínea de aludir a una vinculación fuerte con la tierra y los sitios que lo han ensimismado. A veces, los lugares escogidos por un fotógrafo pueden hacerle sucumbir en sus propósitos, como si lo elegido viniera grande, desmesurado a su alcance, frustrado a sus pretensiones. Pero Jesús Botaro iguala su ingenio al hermoso y enigmático país que describe. Y obra el prodigio de hablarle de tú al mismo tiempo que la confianza no deja de asombrarlo.
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